Le dije que no se acercara, tenía un mal presentimiento y cuando lo siento, la mayoría de las veces pasa algo que rompe la rutina. Caminábamos del trabajo a casa por el mismo trayecto desde hace 10 años y a la misma hora de todas las noches, 8:45pm. Los edificios lucían igual que siempre, grises, los faroles producían una luz tenue y ambar; el frío era soportable, pero lo que sí era inusual era la neblina, sutil, aún así se percibía algo diferente en el ambiente.
De pronto, de las entrañas de lo que hace mucho tiempo fue un bosque y ahora es la Alameda Central, surgió una luz demasiado brillante que emanaba destellos multicolores. Nos quedamos perplejos. «Eso no estaba hace unos segundos», susurré. Él asintió y avanzó en silencio con los ojos fijos hacia la luz. Se metió entre los árboles y lo seguí. Llegamos a una explanada donde estaba instalada una feria. Teníamos en frente juegos mecánicos, puestos de comida, globos, un carrusel dando vueltas, pero sólo se veían sombras, siluetas, al menos no recuerdo ningún rostro. «No me sigas», alcanzó a decir antes de dar un paso y únicamente pude ver cómo se esfumó entre las sombras. No podía moverme, estaba paralizada de las piernas, sentí como si algo me jalará en sentido contrario. De pronto me soltó, y por la fuerza contenida me caí; cuando me levanté, ya no estaba él ni la feria.
Desde entonces, al caminar cerca de la Alameda, espero que aparezca esa niebla inusual que por una noche hizo diferente el ambiente.