Disturbios de la mente

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Te sientas junto a la ventana y el viento acaricia tu rostro como a un intruso. Los recuerdos se apoderan de cada parapadeo, a taladran como enervantes envenenado tu ser.

Como si fueran fantasmas, te visitan de entre lo más recóndito, los saludas al unísono. Cada imagen se presenta cual estrella fugaz, el sabor es lejano, quieres recuperarlo, pero no puedes. Solo tienes la memoria para no dejarlo escapar.    Disturbios

La bruja cósmica

Xareni Guzmán

Xareni Guzmán

La brújula de mi desorientación te guía al barranco de las dudas que se hunden y perforan la piel de los sentidos, juntos nos hundimos, juntos volamos, juntos nos anclamos, juntos nos destrozamos, juntos reinventamos…

‘Hablemos y actuemos bien de México’

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Regresamos a este mar de historias urbanas. Durante mucho tiempo guardamos silencio en esta plataforma, aunque mis voces tuvieron otros ecos. en el océano digital. Hoy retornamos para compartir esas imágenes que están en cada esquina y que nos piden a gritos contarlas.

Una mañana de marzo él y yo estábamos en la esquina de Balderas y Chapultepec, en una pequeña plaza con jardineras y una fuente, nos estábamos despidiendo para ir a trabajar cuando un imán atrajo mi atención. Era un bolero que estaba dormido sobre el suelo recargado en una pared que tiene plantas colgadas y el crédito de la obra. Abajo decía el mensaje: «Hablemos y actuemos bien de México».

La imagen del señor descansando contrasta con las líneas que acompañan su sueño. Lejos del menaje estremece la idea de un México desigual y sin opciones para muchos.

Me tomaron unos segundos para tomar la fotografía y congelar ese momento único que ya está perdido en cada paso en esta gran ciudad.

¡El mariachi loco quiere monear!

Después de oprimir el click de la cámara, el mariachi me gritó, con un tono violento, «¿porqué me tomas una foto?». Me dejó muda, pues pensé que estaba totalmente ido y no se daba cuenta de mi presencia.
Cada vez se ponía más agresivo y se acercaba a mí, yo bajé la cámara y, en cuestión de segundos, pensé echarme a correr, pero temí que me alcanzara. Entonces le dije: «te doy dinero». Al escuchar estas palabras, se calmó y extendió la mano; en la palma exhibió una gasa con thinner, en donde le dejé caer unas monedas.
De inmediato, me dí la vuelta y emprendí mi retirada.

Balneario Revolución

Los chilangos nos apropiamos del espacio público, para algunos de forma surreal. Desde hace tres meses fue reinaugurado el Monumento a la Revolución;  la novedad, son las fuentes intermitentes. Allí, gente de todas la edades acude sólo para empaparse y tomarse la foto. En invierno no importaba el clima frío pues jugaban entre los borbotones y las luces con los colores de la bandera nacional; así se metían al agua. Ahora que los fuertes calores hacen hervir a la ciudad La Plaza de la República se ha convertido en un balneario gratuito.

Cada cierto tiempo se encienden las fuentes y del suelo sale agua con bastante presión, niños, niñas y jóvenes, a toda velocidad se dirigen acalorados hacia los chorros, unos gritan de emoción, otros por el cambio brusco de temperatura en sus cuerpos. Juegan, brincan, corren como si fuera el momento más feliz de sus vidas. Segundos después y está árido de nuevo. Las personas quedan extasiadas, eufóricas, y completamente mojadas. De inmediato se toman la foto del recuerdo. Al cabo de varios minutos el frío provoca que se estremezcan, y como el piso está caliente se recuestan cual lagartijas.

En este lugar el pudor y el exhibicionismo no importan. Se meten vestidos, algunos descalzos, y otros sin playera. El chiste es divertirse.

Y como en toda concentración masiva no podía faltar la vendimia ambulante.

Dad Punk – Microhistorias del Metro II

«Papá cuanto falta para llegar a la luna», «cuatro estaciones», contesta un hombre a su hijo, quien ya estaba desesperado por llegar a su destino, Tasqueña.

La gente los miraba desde que esperaban en el andén. Los tres agarrados de la mano. A simple vista parece una familia inusual. Él luce unos picos en la cabeza y porta un collar de tornillos. Ojos pintados y piercings en el rostro. De los niños, él más grande ya se le ve su «moicana».

Al llegar el tren se ve una multitud adentro de los vagones, domingo a medio día. El papá levanta al niño más chico y lo carga, al otro le dice «agárrete bien de mi pantalón».

Se abren las puertas y entramos a contracorriente. Como puede se postra en un rincón, y busca la comodidad de sus niños, que no dejaban de jugar y moverse. Mientras el pequeño mordía los tornillos del collar de su papá, una señora se levantó y les ofreció un lugar, pero el hombre le agradeció su atención.

Tenía la mirada lejana, y sólo se iluminaba cuando los veía. Llegamos a la luna, las puertas se abren y la familia se pierde en los reflejos de los pasillos que pronto se atascan de historias anónimas.

Microhistorias del Metro I

 

Historias van y vienen, tienen pies y ojos, caminan por debajo de la superficie. Se trasladan a través de escaleras eléctricas, pasillos deslavados y algunos futuristas. Un gusano naranja las lleva de un lugar a otro. La mayoría de las veces esas historias tienen pasado y sueños, con miles de ellas hemos compartido destinos, apretones, esperas eternas, miradas perdidas.

Las historias que más me gusta encontrarme son las coloridas, las que me ofrecen una sonrisa y me provocan un sabor dulce en el día.  Esas que tienen pelos eléctricos, y ropa estrambótica.Quizá esas historias, sí se lo proponen, curarían tristezas y angustias en el Metro de nuestra gran «ciudad de hierro».

Te perdí en la Alameda

Le dije que no se acercara, tenía un mal presentimiento y  cuando lo siento, la mayoría de las veces pasa algo que rompe la rutina. Caminábamos del trabajo a casa por el mismo trayecto desde hace 10 años y a la misma hora de todas las noches, 8:45pm. Los edificios lucían igual que siempre, grises, los faroles producían una luz tenue y ambar; el frío era soportable, pero lo que sí era inusual era la neblina, sutil, aún así se percibía algo diferente en el ambiente.

De pronto, de las entrañas de lo que hace mucho tiempo fue un bosque y ahora es la Alameda Central, surgió una luz demasiado brillante que emanaba destellos multicolores. Nos quedamos perplejos. «Eso no estaba hace unos segundos», susurré. Él asintió y avanzó en silencio con los ojos fijos hacia la luz. Se metió entre los árboles y lo seguí. Llegamos a una explanada donde estaba instalada una feria. Teníamos en frente juegos mecánicos, puestos de comida, globos,  un carrusel dando vueltas, pero sólo se veían sombras, siluetas, al menos no recuerdo ningún rostro. «No me sigas», alcanzó a decir antes de dar un paso y únicamente pude ver cómo se esfumó entre las sombras. No podía moverme, estaba paralizada de las piernas, sentí como si algo me jalará en sentido contrario. De pronto me soltó, y por la fuerza contenida me caí; cuando me levanté, ya no estaba él ni la feria.

Desde entonces, al caminar cerca de la Alameda, espero que aparezca esa niebla inusual que por una noche hizo diferente el ambiente.

ciudad amante

Te veo y a veces no te reconozco, cambias de rostro cada calle, y en cada sombra y destello te repulso, te deseo, te tolero, te sueño, eres como un amante, sólo que vivo en ti.

Miradas con ritmo organillero

"los organilleros"

Te resistes a desaparecer en una selva que casi te olvida. Para millones eres invisible, aunque tu música retumba en las calles y plazas de esta gran ciudad.